Para conmover, un artista no tiene necesidad de recurrir a la imaginación y al pensamiento, a los temas grandiosos, a los efectos poderosamente decorativos, sino que debe sentirse inclinado a abordar el arte por su sensibilidad además de por su inteligencia. Sin embargo no debe descuidar la técnica, pues citando a Chardin: "Por ser arte toda cuestión de sentimiento, la pintura no es menos cuestión de técnica".
Este pensamiento trasciende a la obra del artista, puesto que en él se conjugan un impecable dominio de la técnica y una sensibilidad exquisita, que plasma en paisajes de gran realismo expresivo, repletos de entrañable profundidad, y en marinas intimistas y melancólicas.
En su obra observamos una fuerte carga de romanticismo, ya que cada una de ellas es una intensa reflexión traducida en una sensación de profunda armonía que en el mundo de las formas ordena planos, equilibra volúmenes, une las líneas y envuelve en una misma iluminación los tonos, sombras y reflejos, de su paleta de gran colorista o tonalista, en la que flota una luminosidad que impregna la tela, los colores ricos. Todo ello junto con sus cielos móviles, con la luz espiritual, las correspondencias metafísicas en los estados de la luz y la sombra, la vegetación, las aguas tornasoladas, la elegancia, la medida, el encanto y la seriedad combinados, contribuyen a al consecución de un lirismo discreto, de un realismo poético, a una solidez desprovista de pesadez quedando claro su interés por la cosa pensada y profundamente sentida pero bellamente expresada, por su necesidad de acabado y perfección.
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